Cuando el turismo de masas llegó a Canarias en los años 60, alguien planteó una tesis revolucionaria: “El turismo puede ser bello”. César Manrique, pintor, escultor y visionario, cambió el destino de Lanzarote. Quería que los visitantes experimentaran la belleza de la isla sin destruir el paisaje mediante el turismo de masas o una arquitectura inapropiada. En medio del campo de lava negra, rodeado de bajos muros de piedra y campos yermos, se alza el Monumento al Campesino. Con este monumento, Manrique rinde homenaje a los agricultores que produjeron alimentos a pesar de las condiciones más adversas de la yerma isla volcánica.

El legado de Manrique es visible en todas partes: las casas blancas con contraventanas verdes, azules o marrones, ningún edificio más alto que una palmera, la prohibición de vallas publicitarias. Sus obras de arte muestran cómo el hombre y la naturaleza pueden armonizar sin destruirse mutuamente. En 1966 regresó a Lanzarote desde Nueva York para proteger su tierra del turismo de masas. Su compromiso con el turismo sostenible y la arquitectura respetuosa sigue caracterizando hoy a la isla. 30 años después de su muerte, Lanzarote es Reserva de la Biosfera de la UNESCO.
Agua de la nada – el arte de sobrevivir
El agua fue durante mucho tiempo un bien escaso. Antes de que se desalinizara el agua de mar, los habitantes contaban cada gota. Recogían la lluvia sobre superficies de cal blanca en cisternas. Incluso el agua para cocinar se pasaba entre vecinos – no para regar, sino para volver a cocinar.

Los ingeniosos Enarenados -viñedos en los que cada cepa está protegida del viento en un hueco de piedra- proceden de los bereberes. De los normandos, el uso sistemático de cisternas. Cada casa se convirtió en un colector de lluvia, cada gota recogida en cisternas. Las zonas de recogida de agua detrás de las granjas demuestran el principio de integración armoniosa de Manrique: La arquitectura debe cooperar con la naturaleza en Lanzarote.
En la actualidad, Lanzarote cuenta con un moderno sistema de desalinización de agua de mar que, lamentablemente, funciona en su mayor parte con generadores diésel, aunque la isla tiene un enorme potencial eólico y mucha luz solar. Sólo una quinta parte de la electricidad procede de fuentes renovables. Con voluntad política, podría añadirse un nuevo capítulo a la estrategia de futuro sostenible.

Agricultura en arena volcánica

En La Geria, la famosa región vinícola de Lanzarote, se puede comprobar cómo los agricultores llevan siglos haciendo de la necesidad virtud. El paisaje está salpicado de miles de pequeños cráteres de ceniza de lava negra, rodeados de muros de piedra en forma de media luna. El secreto se llama Picón: arena volcánica negra y porosa que almacena la humedad nocturna de los vientos alisios. Enfría el suelo y hace posible el cultivo del vino Malvasía Volcánica en una isla sin ríos.


Oro rojo de los cactus: la revolución de la cochinilla
El piojo de la cochinilla, criado en cactus Opuntia en México desde el siglo XVI, proporcionaba el tinte rojo más codiciado del mundo. España controlaba el mercado del rojo carmín, que se utilizaba para teñir las vestiduras reales, cardenalicias y, más tarde, incluso las barras de labios. Durante dos siglos, Lanzarote se convirtió en el monopolio de este oro rojo, hasta que los colorantes sintéticos cambiaron la industria. Todavía hoy se pueden ver por todas partes los campos de cactus en terrazas, testigos mudos de una época en la que una isla volcánica y estéril dominaba el mercado europeo del lujo. Hasta 2006, el color de Campari seguía procediendo de la cochinilla canaria.
Aún hoy se pueden comprar recuerdos de cochinilla en Lanzarote, como pintalabios naturales y productos cosméticos que utilizan este colorante sostenible. Esto significa que una larga tradición pervive a pequeña escala y combina la agricultura con la artesanía local.


César Manrique: artista y guardián de la isla
Manrique impuso reglas claras: casas encaladas, discretos carteles publicitarios, contraventanas verdes, azules o marrones, colores que simbolizan la agricultura, la pesca y la artesanía. Combinó arte y naturaleza de una forma única: En su fundación, los visitantes recorren cuevas de lava; en los Jameos del Agua, transformó un tubo volcánico en sala de conciertos y restaurante; desde el Mirador del Río, hay unas vistas espectaculares sobre el océano Atlántico y la isla de La Graciosa.


Calor volcánico en el Parque Nacional de Timanfaya
En seis años, entre 1730 y 1736, se abrieron numerosos respiraderos volcánicos y las coladas de lava sepultaron alrededor de una cuarta parte de la superficie insular de Lanzarote, destruyendo pueblos enteros y cambiando el paisaje de forma permanente. Por la carretera que atraviesa el parque nacional sólo pueden circular autocares. Sin embargo, merece la pena realizar una excursión guiada a lo largo de una ruta de 12 kilómetros para hacerse una idea de dónde tuvieron que reconstruir una vez sus medios de vida los agricultores.
Las Montañas del Fuego de Timanfaya son algo más que espectaculares motivos fotográficos. Son una lección de resiliencia. Donde antes los astronautas de la NASA ensayaban alunizajes, hoy vuelven a crecer tímidos líquenes. La naturaleza está volviendo – sólo que muy, muy lentamente.
En el Parque Nacional de Timanfaya aún se puede sentir de cerca la energía volcánica: los guardas vierten agua en las fisuras de la tierra, de las que sale vapor caliente segundos después. Aquí incluso se puede hacer una barbacoa sobre el calor volcánico.
Conoce activamente Lazarote
No sólo se viaja a Lanzarote para dejarse mimar. La escarpada isla canaria es ideal para todo tipo de vacaciones activas. No tiene por qué ser necesariamente el Ironman, que en Lanzarote tiene fama de ser más duro que el de Hawai. Las excursiones en bicicleta eléctrica se han convertido en una de las formas más populares de explorar Lanzarote para los menos ambiciosos. Permiten sortear los empinados pasos fuera de carretera sin perderse los matices del paisaje. La isla es lo bastante pequeña para vivirla a fondo, pero lo bastante variada para todos los niveles. Los equipos profesionales utilizan Lanzarote como campo de entrenamiento invernal.
Los constantes vientos alisios hacen de Lanzarote una meca para surfistas, kiters y navegantes. Los spots se han desarrollado deliberadamente pensando en la sostenibilidad y es posible practicar deportes acuáticos durante todo el año. Un poco alejadas de las zonas turísticas se encuentran las playas naturales de Famara y la vecina isla de La Graciosa.
El viaje de investigación contó con el apoyo de la Consejería Española de Turismo